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Más o menos 1978

La magia de la fecha no es la magia del guarismo. Vila Matas publicó en cierta ocasión un librito sarcástico titulado Para acabar con los números redondos, en el que no glosaba los aniversarios de nacimiento, óbito o publicación significativa de una serie de escritores, sino una fecha cualquiera: "Hoy hace treinta y dos años y tres meses que…" Acabar con la efeméride no me parece mal programa para un seminario artístico intensivo. Al fin y al cabo, la reputación de ciertas fechas es, a todas luces, excesiva: nos las impone el espíritu de la época, bueno, pero la mayoría se quedan, ritualmente momificadas en las páginas de los libros de historia (1492, 1968) algunas a veces polisémicas, y entonces ayudan a ver de qué pie cojean quienes se reclaman de ellas. Los momentos colectivos encarnados en fechas (¿o debería decir, "cifrados"?) no son más que una herramienta, prolongación artificial de la claudicante memoria humana. Porque hay fechas asidero, fechas palanca, fechas fetiche, todas ellas igual de memorables (o no). Pero las fechas íntimas suelen ser secretas, y si coinciden con alguna pública efeméride sólo sirven para despistar, ay.

La magia de "1978" de Fernando Garcín, y ahora de Garcín y M, no es que me recuerde MI año de 1978, sino que abre la puerta, ritmo, música y letra, a que yo pueda encerrarme de nuevo en mi habitación en el año, de locura y pasión, personalmente equivalente. O por ahí. Además, tiene la virtud de conseguir hacer intemporal un legado musical irrenunciable. Todo lo recuerdo ahora, cuando ya no hago pie, en cierto modo. Aunque al fin y al cabo, en estos casos, el tiempo es flexible. O debería serlo. Pienso en los famosos relojes blandos de Dalí: hay una teoría detrás de la absurda imagen. En "1978", en un room of one's own, el tiempo está de nuestra parte, sí. Recuerdo eso también. La importancia personal de "1978" no estriba en que preexista una sensación compartida: la memoria en este caso podría ser necesariamente común, sino en que tiende un puente al entendimiento y puede ser algo que nos hermane.

¿Qué no decir de "1978", cuando el silencio es lo que la canción misma niega? La grandeza del tema de Garcín y M estriba en que trasciende la fecha al mismo tiempo que, fulminándola, la sublima. Muy a lo Vila Matas. El año 1978 es la puerta. Cortarse el pelo, como Rimbaud, ¿por qué no? Y como el narrador del "Isis" de Dylan y Levy: "I cut off my hair and I rode straight away…". Pero ¿irse? Sólo para volver. ¿Resplandecer? No todos somos ángeles. Permanecer, he ahí nuestra secreta vocación, y esta canción nos ayuda a ello. La gente que flota y no vive ni muere también necesita asideros, supongo (aunque Dylan piensa en otra cosa). Y la armónica diabólica de Néstor M., que parece describir un serpenteante camino alrededor de la verdad que brilla en el centro de la habitación, acompaña, indica el camino. ¿Por qué pienso ahora en Stonehenge? ¿Por qué en 1969? ¿Porque el hombre llegó a la Luna ese año? "1978" nos ayuda a viajar de vuelta a la habitación propia de la que, en el fondo, nunca acabamos de salir.

Entre tantos otros grandes espíritus mentores, el de Bob Dylan está presente en esta canción, incluso más de lo que el propio Garcín sabe (aunque seguro que lo intuye) y desde luego mucho más de lo que el oyente casual puede imaginar. Dylan es el hombre que, en otro contexto, negó pertenecer a los sesenta, y recordó que esos años no son nada suyo, porque él es de los cincuenta, "that's when I was growing up". Esa referencia al mundo luminoso (numinoso) de la infancia como crisol en el que se forja la sensibilidad de la persona permite acaso entender el alcance universal de "1978". "Sobre la sombra que yo soy gravita / la carga del pasado. Es infinita", dijo Borges, pero ser dueños de todos nuestros ayeres es también, y ante todo, una riqueza, siempre que no intentemos ser como Atlas y cargar solos con todo el peso del mundo ("…me abruman las auroras / que fueron y los ponientes") y aprendamos a vivir el pasado en el presente y yéndonos, como en "1978", pero para saber volver.

Escucho, hipnotizado por su ritmo circular, serpiente que se devora a sí misma, una vez más, otra, "1978", y pienso que sí, que out of the blue, into the black, también es un destino envidiable. La escritura en la pared siempre es apocalíptica, pero la revelación no tiene por qué ser la del final. Aspiremos a la inmortalidad, es lícito, y es el camino. "Lo que hagas, hazlo bien". Lo inasible de las sensaciones del pretérito consolida las memorias (una, muchas, somos todo lo que sentimos y todo lo que vivimos, también de prestado, por amor o complicidad) y nuestra capacidad de ser nosotros mismos. La memoria como baluarte último de la personalidad, claro. Los vampiros de la rutina y el alzheimer de la autocomplacencia nos acechan para sorbernos hasta la última gota de los recuerdos de locura y pasión de 1978, 1963, 1984. ¡Buscad efemérides! Y entonces sí que se abrirá la sima bajo nuestros pies, y no será siquiera una fosa de lágrimas. 1922. 1958. 1966. Vampiros cósmicos, y el vacío.

Pero no, el tren lento y los caballos están ahí, "over the hills and far away": ¡cómo suenan esos teclados! "You do what you gotta do, and you do it well". Con esta canción, como con otras más ("Óxido", "Canción de Bela Monte", "Lucky Bar") de Tan fiero tan frágil, Fernando Garcín ha alcanzado una primera, espléndida madurez creativa. Lo que en sus discos anteriores se leía entre líneas aquí es ardiente y explícita llama. "1978" es una canción / lección de vida: con ella, como Fernando Garcín dice en algún otro lugar, "aprendes a leer el futuro", el de los otros, pero también el propio, ya no más un misterio si, mientras llegan los caballos y el tren lento, tenemos listo el equipaje del pasado asumido, entendido, proyectado. Hay que vivir aprendiendo de lo recordado, no de los errores como dicen los seres grises, los carentes de imaginación. Los que no recibirán la visita del ángel en ninguna habitación, los que no saben cúando, dónde fue "1978".


A. J. Iriarte,
Madrid, octubre, 2003